Aquí Estoy

Año 2015, estudiando la carrera de Psicología Clínica para dedicarme a una rama de especialidad completamente diferente, decido involucrarme en diversos voluntariados que consistían en acompañar a niños, niñas, adolescentes y adultos durante su estancia en el hospital. Así ocupaba la mayor parte de mis domingos, asistiendo e involucrándome en el ambiente hospitalario. En aquel entonces no ejercía como psicóloga con los pacientes, mis actividades estaban relacionadas en su mayoría con la recreación y la escucha activa de lo que ellos quisieran compartir.

Conforme pasaban mis años de estudio, me fui involucrando más y más en esta causa, siempre cuestionándome porque no había personal suficiente dedicado a fomentar la salud mental en un hospital, un lugar que requería de tanta atención en este ámbito y que sin duda alguna, se sentía olvidado. Tuve la maravillosa oportunidad de hacer prácticas pre profesionales en el Hospital Vicente Corral Moscoso, uno de los hospitales más grandes de mi ciudad y que acoge pacientes de algunas provincias cercanas y ni hablar de la cantidad y variedad de diagnósticos ahí presentes. Fue en este lugar en donde senté las bases de mi propósito, acompañar a los pacientes durante su permanencia en el hospital mediante psicoterapia breve, brindarles las herramientas psicológicas necesarias para cambiar la perspectiva de su situación, favorecer su recuperación tanto física como mental, trabajar en su autocuidado e inteligencia emocional, y poco a poco darle un sentido a su vida, que perdure más allá del alta médica.

La siguiente rotación fue en Solca, un lugar que ya conocía gracias a los voluntariados, y en donde siempre me sentí en casa, pero esta vez quería confirmar que podía desempeñarme como psicóloga, que podía aportar mis conocimientos desde el ámbito profesional y que no “me afectaría demasiado” como todos me advertían. Tengo tanto que podría contar de cada día transcurrido en esos pasillos, en esas habitaciones rodeadas de gente que atravesaban procesos tan distintos, pacientes, familiares, equipo médico, enfermería, voluntarios, personal de limpieza, y cada persona que iba diariamente a dar lo mejor de sí, dejando huella y haciendo lo mejor que podía con lo que tenía.

De vez en cuando yo me cuestionaba ¿qué me movía a ir allá? ¿Qué me encontraba ahí yo que me hacía sentir tan bien? Y es que eran tantas cosas que por ahí pasaban, cada habitación con una historia particular, infinitos aprendizajes, muchos pacientes y familiares que me permitieron ser y estar ahí con ellos, formando parte de su proceso, pero esta vez yo ya no era una voluntaria que les traía pinturas y manualidades, ahora era parte del equipo y estaba ahí para acompañar, ayudar, aliviar, enseñar y aprender. 

Terminó esta etapa, me gradué como Psicóloga Clínica y con mucha seguridad decidí especializarme en Psicooncología y Cuidados Paliativos, aunque debo confesar que tuve que investigar que eran los “Cuidados Paliativos”, pues poco había escuchado sobre el tema y no estaba muy segura cual sería mi función, y honestamente fue hasta que pude poner mis conocimientos en práctica en Salamanca, España, cuando confirmé que ahí era, que ese era mi lugar, y que si en mi ciudad no se escuchaba mucho del tema, era la oportunidad perfecta para llevar la práctica allá, y que así muchas personas se beneficien de algo que puede sonar simple o que se piensa que todos los equipos médicos lo hacen, pero la realidad es que en muchas ocasiones esto no es así.

Que ganas de poder ser parte de un equipo en donde se ayude a una persona con un diagnóstico de enfermedad grave (aguda o crónica) a sentirse mejor previniendo o tratando síntomas y efectos secundarios de la enfermedad así como de los tratamientos, que ilusión poder acompañar y tratar problemas emocionales, sociales, prácticos y espirituales que la enfermedad plantea, que afortunada me siento de poder ver a una persona más allá de un diagnóstico, de respetar sus voluntades y su dignidad en todo momento, de ayudarle en la adaptación de lo que podría verse como “una nueva vida”, pero eso sí, siempre priorizando su calidad de vida, independientemente de cuánta sea esta, hacer que valga la pena.

Eliminemos estigmas, cambiemos pensamientos, sembremos esperanza y recordemos que no todos los diagnósticos son iguales, cada paciente, familiar o cuidador es un mundo y no se puede caer en generalización de conceptos, mi intención será siempre acompañar mientras me lo permitan y hacer que cada proceso sea más llevadero.

Paula Isabel Valverde C.

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Sanar no es lineal